miércoles, 17 de agosto de 2011

Lacanjá y la vida de los “Indios”

Si en México denominas a alguien „Indio“, probablemente aquel infeliz tendrá ganas de pegarte (en lengua coloquial: te partirá la madre). Yo lo siento diferente. Considero la palabra indio como inofensiva, incluso como una palabra honorable.
Para mí, acostumbrado de ver desde la niñez las películas “western“, los Indios siempre han sido héroes incomparables con nadie. Por sus valores, actitudes, sabiduría.

Así también para mí, la gente indígena de Chiapas, el estado más pobre (y más bello de México) tiene un lugar especial en mi corazón. En particular los de la parte de la selva Lacandona, del pueblo Lacanjá Chansayab.

Les voy a contar de ellos – los hombres de la selva, los descendientes de antiguos Mayas. Era enero de 2010, cuando visité por primera vez el resto de la famosa selva Lacandona en el corazón de Chiapas. ¿Por qué el resto? Porque los intereses de diferentes grupos e indiferencia del gobierno mexicano hicieron durante las últimas décadas (desde los años 50´s) de la selva casi un bosque normal, y redujeron su tamaño a 30% del volumen que solía ocupar. A pesar de eso ya en enero de 2010 vi la majestuosa laguna de Miramar, en el paraíso natural. Siete meses después visité la Selva Lacandona por segunda vez, y tuve la suerte de conocer a los Lacandones en persona, con su cabello largo, batas blancas, sonrisas y buen humor. También conocí al Chamán, el médico principal y buena vibra de los Lacandones, sus historias me dejaron con boca abierta. El pueblo llamado Lacanjá Chansayab - entrada a la selva cerca del Bonampak - es pequeño. Sin embargo, es el más grande que los Lacandones tienen – pues ya no quedan muchos. De estatura pequeños, de corazón grandes. Al pueblito regresé casi un año después y ya había otros bebés, de las mismas mamás y de mamás que hace un año todavía eran niñas.

Son olvidados por el gobierno, pero la civilización ya los alcanzó. Durante los últimos años el número de turistas en esta área ha crecido de forma similarmente alarmante como ha disminuido la selva en Chiapas. Los turistas llevan a la selva Lacandona sus costumbres y estilos de vida, y muchas veces no están dispuestos dejarlos en sus ciudades. Eso implica algunos cambios tremendos para los indígenas, los cuales ven turistas mayormente como fuente de dinero, con el cual ni saben qué hacer (aparte de comprar las Sabritas, galletas Gamesa u otras porquerías que pueden conseguir en la tiendita del pueblo Lacanjá). Si les das un dulce, lo comen con tanto gusto, pero el plástico, botellas vacias, etc. los tiran donde sea… Acostumbrados como lo han hecho con cascaras de frutas y todos los alimentos que han conseguido en sus alrededores, en la naturaleza, durante toda su vida. No se los puede culpar, no se los ha educado, ni tienen idea que hacen algo malo, algo que al final del día puede destruir a ellos mismos. Es la culpa de la gente “civilizada” que no les había explicado qué hacer con la basura, que se ha infiltrado con nuestros alimentos y mercancía, es la culpa de nosotros que nos hemos metido en su territorio… bastante parecido a la historia de México, a la historia de América Latina en general.


Con nuestras carreteras, electricidad, ropa y comodidad, los cuales necesitamos (¿de verdad?) para llegar a esta parte de Chiapas, hemos cambiado - de forma irreversible - la manera cómo vivirán los Lacandones en el futuro. Así, no solamente para mí surge una gran pregunta, ¿Cuál de los Derechos humanos de la 2da y 3ra generación hay que favorecer? El derecho de tener la propia cultura, costumbres, derecho a medio ambiente sano, parece ser menos importante que el derecho de desarrollo (en el sentido más amplio). Es un gran reto: Cómo hacer que los Lacandones tengan las oportunidades que todos nosotros tenemos, cómo asegurarles la atención médica adecuada y al mismo tiempo cómo proteger su propia identidad. Estoy convencido que aquellos derechos se encuentran en un enfrentamiento, una colisión grave, un choque inevitable. Temo, que el mundo “civilizado” en la selva lacandona ya ganó. No sólo que los Lacandones toman Coca-cola, manejan motocicletas y no duermen bien en sus hamacas sin ver la Emperatriz en la tele. Ya pronto no podrán ni meterse en su río sagrado, donde el gobierno chiapaneco planea poner el sistema de drenaje. A los Lacandones nadie les pregunta, no tienen por qué hablar. No tienen educación, y según las autoridades tampoco entienden a lo que es bueno para ellos. ¿Realmente nos gusta un desarrollo “sustentable” así?